Análisis Santiago Aguilar Especial para HOY
Análisis Santiago Aguilar Especial para HOY La semana pasada enfocamos nuestro comentario en los orígenes y el establecimiento del toro de lidia en Ecuador. Avanzamos a recapitular el proceso de formación de las ganaderías que nutrieron del toro bravo a los espectáculos que se celebraron hasta la primera mitad del siglo pasado, época en la que se llevaron a cabo procesos serios de reconformación de las vacadas y de calificación de sementales, hasta derivar en las primeras importaciones de contados ejemplares destinados a renovar y fortalecer a importantes divisas locales. Así las cosas, esos hierros fueron la base de la actividad taurina, lidiando sus productos con desiguales resultados en toda la geografía nacional; sin embargo, el incierto comportamiento de los encierros y la cortedad de las camadas obligaron a la adquisición de corridas mexicanas, españolas y colombianas para tratar de mejorar el nivel artístico de los festejos, en especial, de la Feria de Quito; la lidia de estos ejemplares permitió la consolidación del ciclo taurino quiteño, además dio lugar a un nuevo refrescamiento de sangre proveniente de la simiente de varios toros indultados en el ruedo equinoccial. En 1978, el campo bravo nacional marcó un punto de inflexión en su historia: la masiva importación de vacas y sementales españoles de conocidas divisas determinó el surgimiento de la nueva ganadería de lidia. Los productores de aquel entonces, agrupados en la Asociación de Criadores de Ganado de Lidia, compraron vacas y sementales con los hierros de Domecq, José Osborne, Manuel Camacho, Baltasar Ibán, Henández Pla, Atanasio Fernández y Santa Coloma. Tras haber superado los rigores del viaje y un delicado y largo proceso de aclimatación, alrededor de 250 vacas y 25 sementales reconstituirían la cabaña brava nacional. El salto cualitativo fue notable; al punto que hoy por hoy, el país cuenta con un grupo importante de divisas, resultado del mantenimiento y desarrollo de las líneas genéticas originales, de la estructuración de nuevas vacadas construidas como ramales y como el producto de importaciones posteriores -1997, 1999, 2000- el caso de Garcia grande, de Domingo Hernández; Santa Coloma; El Torreón, de Felipe Lafita, Sotillo Gutiérrez y Alcurrucén. En este contexto trabaja el ganadero ecuatoriano que a partir de aquel año vive una realidad distinta, presente en el establecimiento de vacadas puras, diferentes a las criollas y mestizas que poblaban nuestros campos. Lo cierto es que el toro de los Andes de origen ibérico es una suerte de milagro de adaptación y conservación con una fisonomía y unas prestaciones únicas e incomparables, prodigio que corresponde a los esfuerzos y profesionalidad del ganadero ecuatoriano. ... |