Desde la tribuna Por: Juan Jacobo Velasco Especial para HOY
Desde la tribuna Por: Juan Jacobo Velasco Especial para HOY La historia tiene diferentes ángulos e interpretaciones. Los hechos están allí pero cada quien los interpreta a su manera. Esta relación no es permanente porque la interpretación va cambiando conforme la historia se alimenta de eventos tanto del presente como del pasado. Por ejemplo, hace cuatro años a muchos nos parecía exagerado decir que Lionel Messi podía llegar a compararse con ese selecto club de jugadores que entran en la discusión sobre el mejor de la historia, con Di Stéfano, Maradona, Pelé y Cruyff. Pero ahora, son pocos los que pueden argumentar en contra de la cada vez más clara preeminencia del argentino sobre el resto de figuras históricas. No es un problema de estadísticas expresadas en goles, récords ni títulos. Ni que la emocionalidad se rinda a los pies del paso avasallante de un jugador que cada año alcanza nuevos techos. O que el dominio que Messi expresa en la cancha lo ha llevado a ser calificado como el mejor jugador FIFA tres años seguidos y, posiblemente, al tranco que va, como el permanente candidato en toda esta década. Lo difícil del ejercicio se reduce a una idea: ¿puede un jugador de fútbol decidir el destino de un partido, un torneo y un equipo, y dejar con el resultado de ese destino un mensaje absoluto en la historia? Tengo la impresión de que esa pregunta tiene una respuesta muy personal. El contexto histórico va cambiando. No hablamos del mismo fútbol cuando nos referimos a los sesentas del Real Madrid, el Santos ni la selección brasileña; a los setentas del Ajax, el Barcelona y la Naranja Mecánica; a los ochentas y noventas del Nápoli y la selección argentina. Así como tampoco al Barcelona de los últimos cinco años. Y de cómo la presencia de un solo jugador desnivela el marcador y potencia a equipos de estrellas –o de jugadores bien estructurados en una coherencia táctica superlativa- hasta convertirlos en máquinas cuasi perfectas y dominantes. Para convertirse en esos emblemas del poder en el fútbol, entendido como el poder de cambiar y forjar un destino, creo que a cada jugador estrella de las características de Messi y los otros grandes, les corresponde un sitio que nadie les puede arrebatar y que es relativo a lo que cada quien siente por el juego. Mi impresión es que Lionel Messi, en esta etapa de la historia hipermediática, hiperpoblada e hipercomunicada, es, por lejos, el jugador más dominante e inventivo. Y, en ese sentido, por un factor de magnitud, es el jugador dominante con mayor número de fanáticos en este momento histórico comparado con otros periodos. Los ojos del "Gran Hermano" mediático de nuestros días, han mostrado la progresión del argentino y no han dejado de explorar la sensación de asombro ante lo que es capaz de inventar. Y, como por lo visto, ha sido una progresión durante ocho años, siempre deja la sensación de que está rompiendo límites cada vez menos humanos. El acumulado –expresado en récords- solo evidencia su excepcionalidad. La historia también nos puede dar una visión distinta cuando se desclasifican archivos o se generan confesiones sobre sus entresijos no observables. Ello ocurrió la semana pasada cuando Hernán Bolillo Gómez habló de los jugadores que le obligaban a convocar cuando era director técnico de la selección ecuatoriana. La confesión del Bolillo-la que luego cambió, desdiciéndose- no es una novedad si se considera que es un secreto a voces y una perversa práctica, sobre todo en el fútbol latinoamericano. Pero muestra el lado oscuro de un proceso que significó un giro de tuerca en la historia del fútbol de nuestro país. Habría que preguntarle al entrenador colombiano si aquello se dio antes, durante o después de nuestra clasificación al Mundial 2002. Y si tiene algo más que agregar sobre las razones que tuvo para no perseguir hasta el final a los que intentaron balearlo. Y si, después de todos los hechos pasados y recientes como DT, cree que alguien puede confiar en él. ... |